26 marzo 2007

Escuelas

Algunas veces mis amigos y las personas que me quieren me hacen sentir que soy Víctor Beckembauer, pero en realidad soy Víctor Brown.
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He recibido un texto muy bonito que Marisancho Menjón ha escrito para Escuelas. El tiempo detenido, la primera exposición temporal del Museo Pedagógico de Aragón. Inauguraremos la muestra el 18 de mayo.
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Esta tarde pasaré un rato en el Colegio Público Tenerías. Me reuniré con un grupo de padres y de maestros. Hablaremos de escuelas, de hijos, del vértigo que nos produce sentir cómo crecen. Traigo aquí un par de comentarios que he encontrado en el trastero de mi servidor. Cada día soy más republicano por eso lo publico todo varias veces.
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[7 de abril de 2007]


Ayer estuve en el Instituto Ramón y Cajal de Zaragoza. Cumplían 10 años. Antes, mientras presenciaba cómo el equipo de mi hijo Guillermo ganaba 13-0 a un conjunto de aficionados que jugaban sin peto de entrenamiento y sin orden ni concierto, recibí una llamada de Javier Torres, llamadas de santo Tomás, llamadas de una y no más. Me decía que había oído por la radio que un experto en pedagogía daba una charla en el Ramón y Cajal y había supuesto que sería yo. Me hizo mucha gracia. El Diego Milito de la educación. Cada día tengo un poco más claro que es imposible ser especialista en un terreno caracterizado por la incertidumbre y la fragilidad. Mi único mérito es que quizá pienso desde hace tiempo en la escuela, en los maestros, en la sociedad... Llevo en el sistema educativo 39 años. Entré siendo un niño asustado, vestido con una bata en la que mi abuela bordó ni nombre, una bata de rayas azules y grandes bolsillos para que llevara el pañuelo y donde yo guardaba todo lo que encontraba en el recreo. Doña Julia, mi maestra, le dijo a mi madre que me comprara una silleta de anea y que podía ir a la escuela. "Así no te dará guerra en casa, que bastante tienes con estos dos...". He pasado mi vida a un lado y a otro de los pupitres. Siempre me acuerdo de cuando Javier Cansado está en la habitación de una hospital y confiesa que entró de paciente y ahora era el jefe del servicio. Algo así me pasó a mí en la escuela.


Mi primera cartera escolar

Víctor M. Juan Borroy
(Viernes, 6 de septiembre de 2002)
Recuerdo con todos los detalles cuando mi madre trajo a casa mi primera cartera escolar. No voy a intentar convencerles de que esto ocurriera, prácticamente, ayer.
Como en párvulos no llevábamos libros (ni proyectos, cuadernillos de preescritura, fichas de prelectura, etc.), ni se utilizaban entonces grandes tecnologías escolares (como el pegamento, la plastilina, las ceras, los pinceles, las ceras acuarelables, los gomets...) todo me cabía en una cajita de madera, un plumier, que nosotros, no sé por qué, llamábamos catedra.
Mi madre trajo a casa mi primera cartera escolar por estas mismas fechas. Y como no tenía nada que meter dentro, salvo lo fundamental: un pequeño cuaderno y la catedra con el lápiz, la goma y media docena de pinturas, la llené de viejos periódicos. No sabía aún que podía esperar de la escuela, pero no me cabía ninguna duda de que la cartera, una cartera importante, tenía que estar bien llena. Y pasé la tarde llevando mi cartera de aquí para allá y oliendo de vez en cuando el inconfundible aroma de la gomas de borrar, de los lapiceros, y acariciando las tapas de aquel pulcro cuaderno. Era el olor de lo nuevo. Todo estaba, como mi propia vida, aún por estrenar.
Hasta donde alcanza mi recuerdo, septiembre ha sido -y posiblemente lo sea ya para siempre- un mes iniciático. Un mes de reencuentros, buenos propósitos y cosquilleo en el estómago y en el corazón, donde habitan los recuerdos.

Palabras clave de la época:

doñajulia,
ah,cuandovayasalaescuela
silleta
catedra
borre
pizarrín,
tarzán
vendráabuscarteelyayo
domingoporlatarde
noquieroiralaescuela
pórtatebien
quienjuegaacarreras
yanotajunto

25 marzo 2007

Palmira Plá

Ayer recibí un mensaje de Palmira Plá. Me decía que diariamente visita esta página web. Me felicitaba por mis actividades y me pedía un ejemplar de El libro de los escolares de Plasencia del Monte. Se lo enviaré enseguida. Le dije que Por escribir sus nombres estará en unos días en las librerías, que iré a Benicassim con Enrique Satué y le llevaré un ejemplar.
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Todos los años me parece que la hora que nos roban esta madrugada es justo la que más necesito.

"Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio".

Me agarro a esta suerte de resignación cada vez que he de afrontar una situación complicada: cuando esperé aquellos largos 12 minutos a las puertas del quirófano hasta que Javier Boné trajo a Blanca envuelta en una toalla, o cuando metí en cajas mi trabajo de quince años -los proyectos, los artículos, los libros, la ilusión de la que nacieron los millones de palabras- y les conté a los miembros del tribunal quien soy, cuando entro cada día en clase y siento cómo me miran los estudiantes, cuando me presentan ante un grupo de padres y de maestros como me ocurrirá el lunes en el Colegio Público Tenerías de Zaragoza o el martes en el CPR de Fraga, o cuando pronuncias mi nombre. La verdad no tiene remedio...

22 marzo 2007

Letra a letra



Hay objetos que parecen devolvernos a otra época o nos transmiten la emoción que sintieron quienes los sostuvieron antes que nosotros en sus manos como si en las cosas pudiera latir la memoria. Un poco todo esto es lo que me ocurre cuando acaricio el humilde papel en el que los niños de Plasencia del Monte y Simeón Omella, su maestro, estamparon, letra a letra, algunas de las páginas más hermosas de la historia de la educación y de la escuela aragonesa del último siglo. El libro de los escolares de Plasencia del Monte es una muestra del trabajo entregado de un maestro y sus alumnos, un libro que nos susurra algunos de los secretos que habitualmente se guardan en la intimidad del aula. No resulta difícil imaginar el amor por la escritura que hay detrás del trabajo paciente y meticuloso necesario para componer los textos, para realizar los meritorios grabados a varias tintas sirviéndose del linóleo, del caucho o del simple cartón. El trabajo que Simeón Omella realizó con sus alumnos en la escuela de Plasencia del Monte con la imprenta escolar es un argumento irrefutable para demostrar que el mundo puede transformarse con palabras. El libro de los escolares de Plasencia del Monte es la crónica de una escuela rural convertida en taller y en laboratorio de experimentación. Cada uno de los textos libres elaborados por niños de ocho a diez años nos hablan de una escuela que ha desterrado los libros de texto, de una escuela en la que los niños aprenden de la vida y de la comunidad en la que viven. Gracias al trabajo con la imprenta Freinet se había producido una importante transformación en la sociedad en la que la escuela estaba inmersa: por primera vez el conocimiento de los padres, de los abuelos, de los pastores, de los agricultores y de los artesanos, el conocimiento, en definitiva, de la gente común fue considerado un conocimiento valioso. Las personas de la comunidad –muchos de ellos analfabetos- son la principal fuente de información de aquello que luego se pondrá por escrito. Un conocimiento que gozará de la dignidad de la letra impresa.
Gracias a la imprenta escolar los niños de la escuela de Plasencia del Monte hicieron su mundo más grande porque mantenían intercambios con escuelas españolas y con escuelas de Suiza, Bélgica o Francia.
La edición de El libro de los escolares de Plasencia del Monte nos permite recuperar los nombres, las trayectorias profesionales y los empeños de educadores como Simeón Omella, Herminio Almendros o Ramón Acín. Este libro también nos devuelve, junto al impulso modernizador que sacudió las escuelas durante la II República, la amarga memoria de la escuela que perdimos, del país que pudo ser. Esta forma de entender la educación, la escuela, el conocimiento, el aprendizaje, la actividad escolar y el trabajo de los maestros es una muestra del prometedor rumbo que habían tomado las escuelas aragonesas. Pero pocos días después de que Simeón Omella y los niños de Plasencia del Monte concluyeran de encuadernar este libro, con el papel recién herido por la tinta, estallaba la Guerra Civil. Las palabras fueron ahogadas por el estruendo de las balas y las bombas. En Plasencia del Monte alguien escondió los libros de Simeón Omella, les dio amparo y cobijo. Y con los libros, alguien guardó, quizá sin saberlo, la esperanza de que las palabras pudieran volver a encender en nuestros corazones el fuego de la memoria y del recuerdo.
El paso del tiempo ha dejado su huella en las páginas de El libro de los escolares de Plasencia del Monte y no ha sido posible reproducir en esta edición facsímile todos los textos que Simeón Omella y los niños de su clase encuadernaron en 1936. De cualquier modo, los que aquí se ofrecen transmiten lo esencial del documento: la alegría de aprender, la pasión por la palabra y por el conocimiento compartido.
No quiero terminar sin agradecer el trabajo inteligente y generoso de Fernando Jiménez Mier y Terán, uno de los grandes especialistas del mundo en maestros freinetistas que aceptó la invitación del Museo Pedagógico de Aragón para realizar el estudio preliminar de este facsímile. Durante estos últimos meses ha sido un privilegio recibir los correos electrónicos que Fernando me enviaba desde México dando cuenta de sus progresos. Estaremos siempre agradecidos a Elena Ruiz Gallán y a su familia, por haber guardado durante setenta y un años El libro de los escolares de Plasencia del Monte y por permitir que ahora el Museo Pedagógico de Aragón pueda ponerlo a disposición de todos.

Víctor M. Juan Borroy
Director del Museo Pedagógico de Aragón

21 marzo 2007

Poco a poco


Mientras escribo tengo sobre mi mesa un ejemplar de El libro de los escolares de Plasencia del Monte. Estoy contento con ese trabajo. También hemos recibido los marcapáginas y las invitaciones para la presentación de este libro (miércoles, 28 de marzo, a las 19 h., en el Museo Pedagógico de Aragón).
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Esta tarde veré la versión beta de la web del Museo Pedagógico de Aragón. En unos días inauguraremos la sede digital del Museo: museopedagogicodearagon.com

13 marzo 2007

El mundo se estremece

Cada vez que me miras, o pronuncias mi nombre, o rozas mi mano con tus manos, o tu perfume se extiende en mi corazón, o te oigo reír, o presiento que tus pasos son tus pasos, el mundo se estremece

10 marzo 2007

Útero


Javier Torres me envía las primeras imágenes de El libro de los escolares de Plasencia del Monte, el número 1 de la serie Publicaciones del Museo Pedagógico de Aragón. Javier ya lo ha llevado en su camión. Hemos puesto mucho trabajo, mucha ilusión y todo el talento que hemos sido capaces de reunir en esta edición. Espero que les guste.

07 marzo 2007

Por ti

Por ti. Fuera aún se estremece el día recién hecho. Me he convocado a mí mismo a una manifestación. Hoy me echaré a la calle para apoyar a las personas que tienen proyectos, que creen en ellos, que los defienden apasionadamente. Me manifestaré en apoyo de los que no analizan el mundo en términos de "me afecta, no me afecta", sino que superando el síndrome del propioculismo piensan en lo que es justo y bueno para todos. Me manifestaré por aquellos que van a nadar y olvidan guardar la ropa y por esos otros que no esconden la mano cuando tiran la piedra. Escribiré "tu nombre en las paredes de mi ciudad" porque crees en el trabajo bien hecho. Firmaré manifiestos por ti, que eres capaz de despertar la ilusión de la gente que te intuye ir y venir, con tu carga de palabras en flor. Saldré a la calle por los días pequeños que, sin sentir, se convierten en 30 años de amor, generosidad, amistad y compromiso. Iré sin banderas ni pancartas. Hoy me manifestaré por ti.

06 marzo 2007

30 años

30 años. Con motivo del trigésimo aniversario de la constitución de Rolde de Estudios Aragoneses estamos preparando un número extraordinario de Rolde. Revista de Cultura Aragonesa. Queríamos que un joven artista hiciera la cubierta de este número, alguien que, como nuestra asociación, cumpliera 30 años en 2007. Se lo propusimos a Antonio Fernández Alvira que nació en Huesca el 14 de abril de 1977. Antonio ha respondido con la misma generosidad que otros grandes artistas aragoneses: José Manuel Broto, Pepe Cerdá, Jose Herrera, José Luis Cano, Natalio Bayo...

05 marzo 2007

Treinta años es ya siempre

Hoy se cumplen 30 años desde que un grupo de jóvenes universitarios quisieron trabajar juntos para hacer un Aragón más justo, más libre y más culto y constituyeron el Rolde de Estudios Aragoneses (REA). No se entendería la cultura aragonesa sin considerar el trabajo y el compromiso de los miles de personas que han colaborado durante estas tres décadas con el REA y que han hecho posible que de las prensas del REA hayan salido más de dos centenares de libros, o los 120 números de Rolde. Revista de Cultura Aragonesa -ahora estoy revisando las primeras pruebas del 119-120-, que se hayan celebrado seminarios, jornadas de debate, congresos, exposiciones, ciclos de conferencias... Felicidades. Treinta años es ya siempre.

03 marzo 2007

Ya están disponibles en formato pdf los dos últimos números de Rolde. Revista de Cultura Aragonesa
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El libro de los escolares de Plasencia del Monte, el Nº 1 de la colección Publicaciones del Museo Pedagógico de Aragón está en la imprenta. Nos cuesta despedirnos de los proyectos que nos han atrapado tanto, pero ya estamos dedicados al segundo: la exposición temporal del Museo Pedagógico de Aragón: Escuelas. El tiempo detenido que se inaugurará el próximo 18 de mayo
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Ya he revisado primeras pruebas de Por escribir sus nombres, mi primera novela, una historia que escribí en secreto hace dos años
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Un día menos para nuestro viaje a Barcelona