10 mayo 2009

Zaragocismo




Como si de mí dependiera el resultado, esta temporada más que ninguna otra, a partir del jueves sólo pienso en el partido del sábado. Siempre creo que vamos a ganar. Y hoy que jugamos contra el Huesca también quiero que el Zaragoza gane. No quiero ganar en el Alcoraz de una manera especial porque con el Huesca no nos une una especial rivalidad. Aunque soy mayor no había nacido la última vez que el Huesca y el Zaragoza se enfrentaron en el campo de San Jorge hace 58 años. Por eso este encuentro no es un derbi, sino un accidente, un hecho ocasional. Un derbi se celebra entre equipos cuyas aficiones mantienen una constante rivalidad. Y no es el caso. He de reconocer -y no quisiera herir la sensibilidad de nadie- que hasta donde alcanza mi recuerdo en casa se ha hablado siempre de fútbol, pero yo he pensado muy pocas veces en el Huesca. Quizá cuando hace dos o tres temporadas se jugaba en ascenso a segunda división me pareció genial la propuesta de Mariano Gistaín: que el Huesca jugara en La Romareda y que pudiéramos ir 30.000 zaragocistas a apoyar al equipo altoaragonés. Hubiera sido muy bonito. Y allí hubiéramos estado.

[Hoy intervendré en Radio Huesca. Me han invitado por ser un zaragocista que trabaja en Huesca, por ser un zaragocista a quien le gusta mucho la Huesca de Ramón Acín, María Sánchez Arbós, Paco Ponzán, Víctor Pardo, Carlos Castán, Óscar Sipán, la Huesca del Museo Pedagógico de Aragón, de Walca...

Estos dibujos los hizo Ramón Acín en 1923-1924. Acín guardaba entre sus papeles algunos recortes de prensa con noticias de fútbol y fotografías de futbolistas]

08 mayo 2009

Ramón Acín


[Para Marta Navarro]

El perro de Ramón Acín se llamaba Tobi y era famoso en la ciudad como lo son los tontos de capirote. Era un perro negro, sin rabo, alegre, inteligente y juguetón que se entristecía cuando le ponían el bozal. Por eso Ramón Acín cogió una brocha y le pintó el bozal que tenía que llevar obligatoriamente al salir de casa. Con su falso bozal el perro corría feliz por las calles y los laceros municipales no le molestaban.
Ramón Acín tenía un amigo zapatero. También gozó de la amistad de escritores, poetas, artesanos, militares partidarios la República, estudiantes, sindicalistas, obreros.... Fue amigo de Buñuel, de Lorca, de Sánchez Ventura… Pero su mejor amigo se llamaba Juan Arnalda y tenía un taller de zapatería en la calle San Orencio, en Huesca. Con Arnalda se escondió en su casa de la calle Las Cortes una noche asfixiante de julio, cuando los militares se sublevaron contra el Gobierno de la República. Estuvieron escondidos hasta que Ramón Acín decidió entregarse para terminar con el sufrimiento de Conchita y de sus hijas. La víspera convenció a Arnalda para que huyera y le pintó –con las mismas manos que años atrás simularon un bozal para el Tobi- unos bigotes. Le dejó una de sus grandes boinas para que nadie le reconociera. Arnalda salió de Huesca y murió en Bayona en 1977. Acín se entregó y lo fusilaron el 6 de agosto de 1936.
Ramón Acín era un hombre bueno. Jugaba con la vida y se reía de sí mismo. Sólo tomaba en serio la injusticia y su compromiso con los humildes. Quienes lo mataron no soportaban que fuera feliz, que soñara, que amara a Conchita, a Katia y a Sol, que sus alumnos le quisieran. Ramón Acín eligió estar del lado de los humildes. Eligió la alegría y la vida.
“No te defraudaremos -escribió Paco Ponzán en Nuevo Aragón de 9 de marzo de 1937- Tus hijas, Katia y Sol, verán en cualquiera de nosotros un pedazo tuyo”.
Somos un pedazo de Ramón Acín cuando elegimos la bondad, la belleza y la alegría. Cuando nos comprometemos con causas justas y cuando somos capaces de trabajar para hacer un mundo mejor para los demás.