Querida Marta,
Cuando leas esta carta ya habremos paseado por la ciudad, te habré
mirado despacio como si fuera posible guardar para siempre en mi memoria la
vida reflejada en tus ojos o cada detalle de tu pelo, de tu cara y de tus manos.
Pero ahora, cuando te escribo, tengo ante mí, sin estrenar, la posibilidad
intacta de pasar junto a ti unas horas, de estar contigo sin más pretensión que
mirarte despacio. Ahora cuando te escribo estoy en el lugar perfecto, el tiempo
en el que todo es posible, en el momento en que todo está delante de nosotros.
Tengo cincuenta años, una edad suficiente para sentir que el tiempo me
ha robado la ilusión por las cosas y para confesar que he perdido gran parte de
mi capacidad de entusiasmarme por la vida. Pero, a pesar de todo, cincuenta
años no son suficientes para claudicar y pensar que no hay nada que hacer, que
no merece la pena asumir riesgos, buscar, seguir intentándolo. Volver a
encontrarte me ha hecho saber que aún estoy a tiempo, que siempre es todavía.
Siento revivir algunos sentimientos que creí que no volvería a experimentar. Reverdece
inesperadamente en mi interior la ilusión, el deseo de entenderlo todo, la
convicción de tener que aprovechar el tiempo.
Si pudiera darte un nombre para que vivieras el resto de
tu vida siendo otra, te llamaría Marta. Y no cambiaría ni tu manera de hablar
ni el silencio con el que callas cuando me miras. Me empeñaría en que tus manos
fueran tal como son. Querría que tu piel me devolviera la misma ternura que
despiertan mis caricias. Si pudiera hacerte como quisiera que fueras pediría
que te estremecieras como te estremeces cuando mis palabras a veces te rozan el
alma.
Quiero que seas libre y que pudiendo abandonarme cada
instante, me elijas. Quiero que entre tú y yo
nunca esté todo dicho. No te quiero vencida o entregada. Y, sobre todo, no quiero que me necesites ni que te
retengan junto a mí el miedo, la costumbre o las heridas. Quiero que teniendo
otros brazos abiertos en los que cobijarte, entre todos me elijas.
Cuando leas esta carta ya te estaré echando de menos, a pesar de la
caricia de tus besos, a pesar de haberte tenido en mis brazos.
Cuando leas esta carta quizá yo me encuentre desorientado y dude entre
llamarte inmediatamente, ir a buscarte, apostarme en la puerta de tu casa para
verte salir por la mañana o no volver a llamarte nunca más.
Pero también es posible que cuando leas esta carta me sienta rotundamente
feliz y el mundo sea un lugar perfecto. Cuando leas esta carta yo estaré
escribiendo otra vez para decirte que quisiera vivir eternamente para poder
estar otra vez contigo mañana, dentro de dos meses o el próximo vera-no. Quiero
estar contigo aunque tenga que esperarte otros treinta años.
Te quiero,
Javier
[Marta de Víctor Juan]
[Marta de Víctor Juan]
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