08 febrero 2015

Prólogo a un libro de Alberto Gracia Trell: SOMONTANO EN ALTO. ESCRITOS (1946-1959) E INÉDITOS de Pedro Arnal Cavero

SOMONTANO EN ALTO. ESCRITOS (1946-1959) E INÉDITOS
Edición, selección e introducción de Alberto Gracia Trell (Zaragoza, Aldrada, 2014)




Prólogo

Víctor Juan


Han pasado más de treinta años desde que oí hablar por primera vez de Pedro Arnal Cavero. Entonces aún no sabía que dedicaría mi tesis doctoral a los maestros aragoneses del primer tercio del siglo XX ni que mis hijos serían alumnos de la escuela Joaquín Costa de Zaragoza, el gran grupo escolar que Arnal dirigió desde su inauguración en 1929 hasta que se jubiló en 1954. No podía suponer que coincidiendo con el setenta y cinco aniversario de este centro, la comunidad educativa decidiría dar el nombre de Pedro Arnal Cavero al espléndido salón de actos de la escuela. Tampoco sabía que daría clase en la Facultad de Ciencias Humanas y de la Educación de Huesca, en el mismo edificio de la antigua Escuela Normal de Maestros, y que Arnal Cavero sería uno de los contenidos que trabajaría con los estudiantes que quieren hacerse maestros porque la trayectoria profesional de Arnal nos ayuda a entender las principales claves de la educación española del siglo XX. Y ya para terminar, hace treinta años tampoco sabía que un día Alberto Gracia Trell me pediría que escribiera un breve prólogo para Somontano en alto, la antología de textos de Pedro Arnal Cavero que él ha seleccionado cuidadosamente y estudiado con rigor.
Cuando comencé a indagar sobre el pasado reciente de la educación aragonesa, mis lecturas me acercaban permanentemente a Arnal Cavero, un maestro culto, conocedor de las teorías pedagógicas que se ensayaban en Europa, apasionado por la educación pública. Arnal estudio Magisterio y Bachillerato en Huesca. Obtuvo su primer destino en Artajona (Navarra) y llegó a Zaragoza en 1910, a la escuela de la plaza de Santa Marta. Enseguida se integró en círculos profesionales y sociales de la ciudad. Era un joven brillante, interesado por muchas cosas y de amable conversación.
En 1911 formó parte del primer grupo de maestros pensionados por la Junta para Ampliación de Estudios para visitar escuelas, laboratorios, museos y centros de investigación de Francia y Bélgica. Para Arnal Cavero nada fue lo mismo desde que disfrutó de esa beca: leyó mucho sobre las teorías pedagógicas que estaban transformando las escuelas europeas, mantuvo correspondencia con destacados educadores españoles y extranjeros y, en consecuencia, cambió radicalmente su manera de entender el trabajo de los maestros, el sentido de las escuelas y su concepción del aprendizaje infantil… Puede decirse que Arnal es uno de los representantes de esa época que ya he denominado en alguna ocasión «la edad de oro de la pedagogía aragonesa».
Al regreso de su viaje por Francia y Bélgica recibió la invitación de Antonio Mompeón Motos, director de Heraldo de Aragón, para publicar en el periódico las impresiones de su visita a las escuelas europeas. Desde entonces, y hasta su fallecimiento en la primavera de 1962, Arnal se convirtió en un colaborador fijo de Heraldo de Aragón. También escribió frecuentemente en la prensa profesional del magisterio. Sus artículos se publicaron en La Educación, El Magisterio de Aragón, La Asociación de Teruel o El Educador de Huesca. Un detalle que demuestra el protagonismo de Arnal Cavero en aquel ambiente de modernización es que fuera el maestro aragonés que más escribió en la Revista de Pedagogía, el órgano de introducción de las ideas de la Escuela Nueva. En esta revista, Arnal Cavero publicó, en junio de 1936, su último artículo, «La puesta en marcha de un gran grupo escolar». El primer libro para las escuelas de Arnal Cavero fue la Cartilla Aragón (1921), dedicada al aprendizaje de la lectura. Su última obra de contenido educativo, Apuntes de Geografía. Aragón –un resumen de los asuntos principales que los niños debían conocer sobre Aragón– se presentó unas semanas antes del inicio de la Guerra Civil. Cuando se analiza la educación española del siglo XX enseguida se llega a la conclusión que muchas instituciones, proyectos e iniciativas –quizá las más valiosas y fecundas que nunca tuvimos– desaparecieron en 1936: la Junta para Ampliación de Estudios y la Revista de Pedagogía, que ya hemos mencionado, pero también la Residencia de Estudiantes, el Plan Profesional de formación del Magisterio o el Patronato de Misiones Pedagógicas. A estas pérdidas hay que sumar las más dolorosas: los asesinatos, la depuración y el exilio de profesores de todos los niveles educativos. La sublevación militar de julio supuso un brusco corte en la modernización y europeización de la escuela española. La larguísima dictadura del general Franco sumió a Arnal en un profundo silencio pedagógico y no volvió a publicar ningún libro relacionado con la educación. Condenado a una suerte de exilio interior, Arnal se refugió en el Somontano y dedicó sus libros y sus centenares de artículos y conferencias a las costumbres, las romerías, las celebraciones, los refranes y los dichos o los oficios de ese pedazo de paraíso en la Tierra que para él era el Somontano de Barbastro. Además hay que tener en cuenta que se ocupó de estos temas en un tiempo en el que este patrimonio antropológico no merecía la atención de casi nadie. No era raro que las gentes se avergonzaran de lo que eran, de cómo hablaban, de las cantas que escuchaban en las despedidas, en momentos de alegría y cuando el cansancio imponía un alto en el camino. Renegaban de lo suyo como si todo aquello fuera muestra de ignorancia o de escasa cultura. En ese ambiente de falta de amor por las costumbres y las tradiciones aragonesas, Arnal escribió centenares de páginas sobre Aragón y pronunció centenares de conferencias con las que divulgó el patrimonio del Somontano. Escribió en aragonés y empleó en sus libros, en sus artículos y en sus conferencias antiguas palabras con las que él mismo aprendió a nombrar el mundo en su infancia en Alquézar y supo transmitir con ellas la admiración que sintió por aquellos señores de calzón corto, parcos en palabras, sabios en su universo, prudentes y discretos. Recordó con antigua palabras aragonesas las lifaras, los cuentos escuchados en las cadieras, las canciones o las tradiciones. Con esas palabras aragonesas –antiguas y siempre vivas– describió el paisaje en el que transcurrían las vidas de aquellos somontaneses. Este es el Pedro Arnal Cavero que recupera para todos nosotros Alberto Gracia, treinta años después de que yo escuchara hablar por primera vez de don Pedro.

Este es un libro muy importante por muchas razones. Personalmente, marca un hito en mi vida. Es la primera vez que escribo un prólogo para un antiguo alumno, uno de esos estudiantes que han acudido a mis clases, con quienes comparto palabras, ideas y mil complicidades. Con Alberto, a partir de ahora, compartiré este breve texto en uno de sus libros. Y, como se sabe, los libros y las palabras son para siempre.

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