SOMONTANO EN ALTO. ESCRITOS (1946-1959) E INÉDITOS
Edición, selección e introducción de Alberto
Gracia Trell (Zaragoza, Aldrada, 2014)
Prólogo
Víctor Juan
Han pasado más de treinta años desde que oí
hablar por primera vez de Pedro Arnal Cavero. Entonces aún no sabía que dedicaría
mi tesis doctoral a los maestros aragoneses del primer tercio del siglo XX ni
que mis hijos serían alumnos de la escuela Joaquín Costa de Zaragoza, el gran
grupo escolar que Arnal dirigió desde su inauguración en 1929 hasta que se
jubiló en 1954. No podía suponer que coincidiendo con el setenta y cinco
aniversario de este centro, la comunidad educativa decidiría dar el nombre de
Pedro Arnal Cavero al espléndido salón de actos de la escuela. Tampoco sabía
que daría clase en la Facultad de Ciencias Humanas y de la Educación de Huesca,
en el mismo edificio de la antigua Escuela Normal de Maestros, y que Arnal
Cavero sería uno de los contenidos que trabajaría con los estudiantes que
quieren hacerse maestros porque la trayectoria profesional de Arnal nos ayuda a
entender las principales claves de la educación española del siglo XX. Y ya
para terminar, hace treinta años tampoco sabía que un día Alberto Gracia Trell
me pediría que escribiera un breve prólogo para Somontano en alto, la antología de textos de Pedro Arnal Cavero que
él ha seleccionado cuidadosamente y estudiado con rigor.
Cuando comencé a indagar sobre el pasado
reciente de la educación aragonesa, mis lecturas me acercaban permanentemente a
Arnal Cavero, un maestro culto, conocedor de las teorías pedagógicas que se
ensayaban en Europa, apasionado por la educación pública. Arnal estudio
Magisterio y Bachillerato en Huesca. Obtuvo su primer destino en Artajona
(Navarra) y llegó a Zaragoza en 1910, a la escuela de la plaza de Santa Marta.
Enseguida se integró en círculos profesionales y sociales de la ciudad. Era un
joven brillante, interesado por muchas cosas y de amable conversación.
En 1911 formó parte del primer grupo de
maestros pensionados por la Junta para Ampliación de Estudios para visitar
escuelas, laboratorios, museos y centros de investigación de Francia y Bélgica.
Para Arnal Cavero nada fue lo mismo desde que disfrutó de esa beca: leyó mucho
sobre las teorías pedagógicas que estaban transformando las escuelas europeas,
mantuvo correspondencia con destacados educadores españoles y extranjeros y, en
consecuencia, cambió radicalmente su manera de entender el trabajo de los
maestros, el sentido de las escuelas y su concepción del aprendizaje infantil… Puede
decirse que Arnal es uno de los representantes de esa época que ya he
denominado en alguna ocasión «la edad de oro de la pedagogía aragonesa».
Al regreso de su viaje por Francia y Bélgica
recibió la invitación de Antonio Mompeón Motos, director de Heraldo de Aragón, para publicar en el
periódico las impresiones de su visita a las escuelas europeas. Desde entonces,
y hasta su fallecimiento en la primavera de 1962, Arnal se convirtió en un
colaborador fijo de Heraldo de Aragón.
También escribió frecuentemente en la prensa profesional del magisterio. Sus
artículos se publicaron en La Educación,
El Magisterio de Aragón, La Asociación de Teruel o El Educador de Huesca. Un detalle que
demuestra el protagonismo de Arnal Cavero en aquel ambiente de modernización es
que fuera el maestro aragonés que más escribió en la Revista de Pedagogía, el órgano de introducción de las ideas de la
Escuela Nueva. En esta revista, Arnal Cavero publicó, en junio de 1936, su
último artículo, «La puesta en marcha de un gran grupo escolar». El primer
libro para las escuelas de Arnal Cavero fue la Cartilla Aragón (1921), dedicada al aprendizaje de la lectura. Su
última obra de contenido educativo, Apuntes
de Geografía. Aragón –un resumen de los asuntos principales que los niños
debían conocer sobre Aragón– se presentó unas semanas antes del inicio de la
Guerra Civil. Cuando se analiza la educación española del siglo XX enseguida se
llega a la conclusión que muchas instituciones, proyectos e iniciativas –quizá
las más valiosas y fecundas que nunca tuvimos– desaparecieron en 1936: la Junta
para Ampliación de Estudios y la Revista
de Pedagogía, que ya hemos mencionado, pero también la Residencia de
Estudiantes, el Plan Profesional de formación del Magisterio o el Patronato de
Misiones Pedagógicas. A estas pérdidas hay que sumar las más dolorosas: los
asesinatos, la depuración y el exilio de profesores de todos los niveles
educativos. La sublevación militar de julio supuso un brusco corte en la modernización
y europeización de la escuela española. La larguísima dictadura del general
Franco sumió a Arnal en un profundo silencio pedagógico y no volvió a publicar
ningún libro relacionado con la educación. Condenado a una suerte de exilio
interior, Arnal se refugió en el Somontano y dedicó sus libros y sus centenares
de artículos y conferencias a las costumbres, las romerías, las celebraciones, los
refranes y los dichos o los oficios de ese pedazo de paraíso en la Tierra que
para él era el Somontano de Barbastro. Además hay que tener en cuenta que se
ocupó de estos temas en un tiempo en el que este patrimonio antropológico no merecía
la atención de casi nadie. No era raro que las gentes se avergonzaran de lo que
eran, de cómo hablaban, de las cantas que escuchaban en las despedidas, en
momentos de alegría y cuando el cansancio imponía un alto en el camino. Renegaban
de lo suyo como si todo aquello fuera muestra de ignorancia o de escasa
cultura. En ese ambiente de falta de amor por las costumbres y las tradiciones
aragonesas, Arnal escribió centenares de páginas sobre Aragón y pronunció
centenares de conferencias con las que divulgó el patrimonio del Somontano. Escribió
en aragonés y empleó en sus libros, en sus artículos y en sus conferencias antiguas
palabras con las que él mismo aprendió a nombrar el mundo en su infancia en
Alquézar y supo transmitir con ellas la admiración que sintió por aquellos señores
de calzón corto, parcos en palabras, sabios en su universo, prudentes y
discretos. Recordó con antigua palabras aragonesas las lifaras, los cuentos
escuchados en las cadieras, las canciones o las tradiciones. Con esas palabras
aragonesas –antiguas y siempre vivas– describió el paisaje en el que transcurrían
las vidas de aquellos somontaneses. Este es el Pedro Arnal Cavero que recupera
para todos nosotros Alberto Gracia, treinta años después de que yo escuchara
hablar por primera vez de don Pedro.
Este es un libro muy importante por muchas
razones. Personalmente, marca un hito en mi vida. Es la primera vez que escribo
un prólogo para un antiguo alumno, uno de esos estudiantes que han acudido a
mis clases, con quienes comparto palabras, ideas y mil complicidades. Con
Alberto, a partir de ahora, compartiré este breve texto en uno de sus libros. Y,
como se sabe, los libros y las palabras son para siempre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario