En mi casa se hablaba poco o nada de Habermas, Wittgenstein, Kandinsky, Stefan Zweig o
Gaspar Torrente. Sin embargo, tengo la certeza de haber recibido una esmerada
educación. Soy lo que soy por la maravillosa herencia que me legaron mis
padres.
Hoy he redactado este decálogo en el que
recojo diez principios pedagógicos en los que fui educado.
1.- Cada vez que me veía, mi abuela me
decía: «Ya está aquí el más guapo del mundo».
2.- Desde que en Caspe empecé a ir a la
escuela de doña Julia en la calle de La Balsa mi abuelo me repetía: «estudia
todo lo que yo no pude estudiar. Estudia, que para ti ha de ser». Yo no había
cumplido dos años, pero aún me parece escuchar su voz rota por los años de
consumo continuado de Celtas cortos.
3.- Mis padres me regalaron las palabras
de nombrar y entender el mundo, las palabras que me han traído hasta aquí.
4.- Mis padres me acompañaron y estuvieron
siempre pendientes de mí. Me quisieron por todo y totalmente. Sin reservas.
5.-En un entorno difícil, en un país
miserable, mis padres supieron hacer un mundo acogedor, amable, amoroso y propicio para
mí.
6.- Una regla de conducta: no te des a
entender. Que no tengan que llamarte la atención.
7.- Entonces yo no sabía la transcendencia
de este pensamiento, pero mi abuelo Valentín me decía: «Aquí, si te descuidas, maño,
te quitarían la manera de andar».
8.- No, no eran aragonesistas. Pero bastó
que amaran tanto lo que tenían más cerca: la gente, la tierra, el paisaje, las
palabras… para que yo amara Aragón tan radicalmente como ahora lo amo. Quizá
todo estaba ya resumido en los últimos versos del Himno a Caspe:
«Caspe, Caspe, la del Compromiso,
Caspe, Caspe, del Bajo Aragón,
Caspe, Caspe, la de los olivos
Caspe, Caspe, donde nací yo».
9.- Mis padres eran piadosos, al estilo de
Piedad de Miguel Mena, y quisieron
que yo también lo fuera. Tenían la capacidad de conmoverse con lo que les
pasaba a otros. Podían compartir el dolor o la felicidad de las personas que
querían.
10.- Tenían el don de la alegría de estar
juntos. Éramos muy felices en las fiestas y las celebraciones compartiendo la
palabra. No teníamos nada y lo teníamos –sin saberlo– todo.
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